La Gran Mentira de la New Age
¡Ah, la New Age! Esa feria espiritual de segunda mano donde
todos se creen dioses… pero ni siquiera han aprendido a ser humanos.
Te han dicho: “Tú eres Dios”. Y tú, con la vanidad bien
alimentada, lo repites como un loro espiritual. Pero dime: ¿dónde está tu
compasión? ¿Dónde está tu silencio? ¿Dónde está tu humildad? Si fueras
realmente Dios, no necesitarías afirmarlo. El sol no dice “soy luz”;
simplemente brilla. La flor no proclama “soy belleza”; simplemente florece.
Pero tú… tú repites mantras, asistes a retiros, compras
cristales, lees libros de autoayuda disfrazados de sabiduría, y crees que estás
avanzando. ¡Qué ilusión tan triste! Has acumulado conocimientos como quien
colecciona postales de lugares que nunca ha visitado. Cada curso, cada taller,
cada “maestro” de fin de semana… no te ha acercado a la verdad, sino que ha
tejido una red más densa alrededor de tu ego.
Porque el ego es astuto. Se viste de espiritualidad. Se
disfraza de buscador. Incluso se llama a sí mismo “alma iluminada”. Pero sigue
siendo ego: el mismo que quiere controlar, elegir, seleccionar, “extraer lo
mejor” de cada camino… como si la verdad fuera un menú a la carta.
¡No! La verdad no se elige. La verdad te elige a ti.
Y solo puede hacerlo cuando te rindes.
No esa rendición fingida de quien dice “confío en el
universo” mientras sigue manipulando cada situación para su beneficio. No.
Hablo de la rendición radical. La que quiebra las rodillas del orgullo. La que
dice: “No sé. No puedo. No soy suficiente. Guíame.”
Ahí, y solo ahí, aparece el Maestro.
No como figura externa, no como gurú de Instagram con barba
y túnica, sino como presencia viva que despierta tu interior. El verdadero
Maestro no te da respuestas; te quema las preguntas. No te consuela; te
despierta. No te halaga; te desnuda.
En la India se le llama Guru: no un profesor, sino una
gracia encarnada.
Entre los sufíes, Murshid: el que guía no con palabras, sino
con el fuego del amor.
En los monasterios cristianos, el Abad: no un jefe, sino un
espejo donde el discípulo ve su propia alma.
Sin ese espejo, te pierdes en los laberintos de tu mente.
Sin esa gracia, tu “espiritualidad” es solo una cáscara
vacía.
Todos esos caminos que has transitado… no son caminos. Son
círculos. Círculos dibujados por tu ego para evitar el único paso que importa:
entregarte.
Porque la iluminación no es un logro. Es un regalo.
Y los regalos solo se reciben con las manos vacías… y el
corazón arrodillado.
Así que deja de creerte dios.
Sé primero humano.
Sé primero humilde.
Y entonces… quizás… el Maestro te vea.
