sábado, 27 de septiembre de 2025

La Gran Mentira de la New Age



La Gran Mentira de la New Age

¡Ah, la New Age! Esa feria espiritual de segunda mano donde todos se creen dioses… pero ni siquiera han aprendido a ser humanos.

Te han dicho: “Tú eres Dios”. Y tú, con la vanidad bien alimentada, lo repites como un loro espiritual. Pero dime: ¿dónde está tu compasión? ¿Dónde está tu silencio? ¿Dónde está tu humildad? Si fueras realmente Dios, no necesitarías afirmarlo. El sol no dice “soy luz”; simplemente brilla. La flor no proclama “soy belleza”; simplemente florece.

Pero tú… tú repites mantras, asistes a retiros, compras cristales, lees libros de autoayuda disfrazados de sabiduría, y crees que estás avanzando. ¡Qué ilusión tan triste! Has acumulado conocimientos como quien colecciona postales de lugares que nunca ha visitado. Cada curso, cada taller, cada “maestro” de fin de semana… no te ha acercado a la verdad, sino que ha tejido una red más densa alrededor de tu ego.

Porque el ego es astuto. Se viste de espiritualidad. Se disfraza de buscador. Incluso se llama a sí mismo “alma iluminada”. Pero sigue siendo ego: el mismo que quiere controlar, elegir, seleccionar, “extraer lo mejor” de cada camino… como si la verdad fuera un menú a la carta.

¡No! La verdad no se elige. La verdad te elige a ti.

Y solo puede hacerlo cuando te rindes.

No esa rendición fingida de quien dice “confío en el universo” mientras sigue manipulando cada situación para su beneficio. No. Hablo de la rendición radical. La que quiebra las rodillas del orgullo. La que dice: “No sé. No puedo. No soy suficiente. Guíame.”

Ahí, y solo ahí, aparece el Maestro.

No como figura externa, no como gurú de Instagram con barba y túnica, sino como presencia viva que despierta tu interior. El verdadero Maestro no te da respuestas; te quema las preguntas. No te consuela; te despierta. No te halaga; te desnuda.

En la India se le llama Guru: no un profesor, sino una gracia encarnada.

Entre los sufíes, Murshid: el que guía no con palabras, sino con el fuego del amor.

En los monasterios cristianos, el Abad: no un jefe, sino un espejo donde el discípulo ve su propia alma.

Sin ese espejo, te pierdes en los laberintos de tu mente.

Sin esa gracia, tu “espiritualidad” es solo una cáscara vacía.

Todos esos caminos que has transitado… no son caminos. Son círculos. Círculos dibujados por tu ego para evitar el único paso que importa: entregarte.

Porque la iluminación no es un logro. Es un regalo.

Y los regalos solo se reciben con las manos vacías… y el corazón arrodillado.

Así que deja de creerte dios.

Sé primero humano.

Sé primero humilde.

Y entonces… quizás… el Maestro te vea.